Artículo publicado en Pulso Regional
Observatorio de Agua, Agroecología y Soberanía Alimentaria – Qawarisun y Centro Bartolomé de Las Casas
En Ichucancha, un anexo de la comunidad de Umasbamba en el distrito de Chinchero, en el Valle Sagrado de los Incas, don Macario Benito cultiva productos que contradicen a cualquier manual de agronomía, porque a esa altitud, lo que es inusual, produce lechugas, nabos, ajos y brócolis. Alrededor de su casa de adobe, crecen más de veinte variedades de cultivos distribuidos en andenes.
El sol cae sobre la laguna de Piuray, sobre pastizales y cultivos floridos, como si aún fuera época de lluvias. En lugar de pastos amarillos y chacras silenciosas, sorprende observar las verdes parcelas de Ichucancha, anexo de la comunidad de Umasbamba en el distrito de Chinchero (Urubamba).
“Ni en sueños imaginaba tener esta variedad de hortalizas”, dice don Macario Benito. A 3,750 metros de altitud, sus cultivos contradicen a cualquier manual de agronomía. Inusual en esa altitud, sus lechugas, nabos, ajos y brócolis, son una excepción feliz. Alrededor de su casa de adobe, crecen más de veinte variedades de cultivos distribuidos en andenes.
A su lado, doña Matiasa Llankaytucta es quien se encarga los días de semana de cuidar los sembríos, mientras su esposo trabaja en la ciudad del Cusco. Atenta, recorre la chacra, entre hojas tiernas y flores. Sabe que los nabos amarillos están listos para ser cosechados y en pocos minutos recoge un ramo enorme. “Estos nabos han crecido de nuestras semillas”, explica orgullosa.
Esta familia es un referente en Ichucancha. El anexo es una de las 18 comunidades, sectores y asociaciones que conforman la Microcuenca Piuray Ccorimarca, un territorio donde el Centro Bartolomé de Las Casas (CBC) viene trabajando desde hace 13 años.
Les gusta experimentar. Su hijo les ayuda en la chacra y a investigar por internet. Quieren saber a qué profundidad es mejor sembrar, cómo se cultiva en otros países o cómo hacer germinados; su curiosidad no tiene fin. Cuando cosechan un nuevo producto, además, prueban diferentes formas de consumirlo.
Años atrás, un problema de salud de don Macario fue el catalizador para un cambio de vida, de ritmo, de alimentación. “Eligieron vivir sanamente. Supieron ver que su salud depende de aquello que siembran, que su vitalidad depende del buen estado del suelo”, sostiene Enrique Kolmans, coordinador del Área de Agroecología del CBC.
La recuperación de la fertilidad natural del suelo es una de las principales metas de la agroecología, la cual integra los conocimientos ancestrales con la ecología y la agronomía. “Ellos han ido redescubriendo prácticas de su cultura, como las andenerías, terrazas o laymes. Son prácticas enfocadas en la diversidad de cultivos y en la capacidad productiva del lugar”, añade.
En esta chacra agroecológica, la recuperación del suelo se ha dado gracias a la siembra de leguminosas como el tarwi, las habas y el uso de cercos vivos de ceticio, especies vegetales que captan el nitrógeno del aire y producen ricos micronutrientes. Además, sus profundas raíces retienen la humedad del suelo. Una suma prodigiosa de factores que le devuelve a la tierra la milenaria libertad de no depender de insumos externos, de producir su propia materia orgánica y almacenar agua.
“Trabajamos en la recuperación de saberes, relacionados a la gestión social del agua y del territorio, así como de valores culturales como la reciprocidad, la espiritualidad y el sentido comunitario”, sostiene Juan Víctor Bejar, coordinador del Equipo Territorial Hatunmayu del CBC.
La microcuenca Piuray Ccorimarca, donde viven don Macario y doña Matiasa, es uno de los primeros territorios donde se implementó el mecanismo de retribución por servicios ecosistémicos en el Perú. Desde el año 2013, el 4.5 % del recibo de agua de la población cusqueña está destinado a las comunidades que trabajan en la conservación de ecosistemas en lo alto de la cuenca.
Aquí, a casi cuatro mil metros de altitud, la agroecología no solo se ocupa de los suelos, sino también de la crianza del agua, de la recarga de los acuíferos y manantiales a través de lagunas artificiales o qochas, de la reforestación o la construcción de andenes. Porque en la naturaleza todo está conectado y en Ichucancha lo saben.
“Ellos son los pioneros. Son un ejemplo para la comunidad. Quieren autosostenerse y trabajar comunitariamente. No solo comparten los productos, sino también las semillas”, sostiene Noe Cjuiro, especialista del Equipo Territorial Hatunmayu. Como comunero de Occotuan, una comunidad cercana, Noe ya conocía las prácticas innovadoras de esta familia y cómo habían fortalecido, también, la tradición del ayni comunal.
Sus vecinos y vecinas les visitan con curiosidad, pues además de las hortalizas convencionales tienen variedades exóticas como lechuga romana, zanahoria blanca o col rizada. “Yo les digo lleva y prueba. Para tu sopa, tu segundito o una ensalada con limón. Esto no es solamente para nosotros”, concluye don Macario.
Desde su huerto, don Macario y doña Matiasa comparten su experiencia y conocimientos con las familias de Ichucancha y la comunidad de Umasbamba. Desinteresadamente y con una sonrisa en el rostro, buscan el bien común de su comunidad. Con la misma buena disposición reciben también a personas de otras comunidades de la microcuenca, siempre dispuestos a compartir aprendizajes, semillas y el compromiso del buen vivir, del allinkawsay.