Con la agroecología otra agricultura es posible

Un artículo y cuatro mitos sobre la agroecología

A puertas de una crisis alimentaria global, la agroecología nos propone soluciones sólidas, sostenibles y viables. Artículos como el publicado en El País se basan en un profundo desconocimiento y en pesquisas poco rigurosas que obstaculizan la posibilidad de cambio hacia un nuevo modelo agroalimentario. 

Mito número uno: la agroecología es agricultura ecológica
“Detrás [de] las imágenes de mujeres sonrientes con azadas se esconden las ideas románticas de lo que creemos que es la agricultura ecológica, y lo que es realmente en la práctica”

Agricultura ecológica y agroecología no es lo mismo. La agroecología es un enfoque agrícola ligado al medio ambiente con sensibilidad social, política y cultural. Se centra en la sostenibilidad y la restauración de ecosistemas; emplea tecnologías ancestrales y modernas y tiene una visión sistémica que busca la soberanía alimentaria, el desarrollo territorial y el Buen Vivir. 

Mientras que la agricultura ecológica es un conjunto de prácticas agrícolas que incorpora conocimientos científicos modernos. Su producción está, en su gran mayoría, centrada en lo productivo, comercial y en la obtención de certificaciones. Apuesta por la exportación de productos y al acceso de mercados exclusivos nacionales e internacionales.

Mito número dos: hacer compost es hacer agroecología
El autor menciona ejemplos de agricultores en Guatemala y Burkina Faso que no cubren las necesidades de producción agrícola porque usan abonos orgánicos.

La agroecología no consiste en sustituir abonos químicos por orgánicos, ya que en ambas prácticas se mantiene la dependencia de insumos externos. El esfuerzo y alto costo de los insumos orgánicos externos son poco viables, puesto que no cubren eficazmente los requerimientos de los suelos degradados.

Así como los bosques no necesitan de abonos, una de las bases de la agroecología es apostar por la generación de materia orgánica in-situ para recuperar la fertilidad natural del suelo. Para esto necesitamos realizar prácticas muy sencillas como la diversificación de cultivos, la recuperación de la cobertura vegetal o la siembra de leguminosas, entre otros.

Mito número tres: la agroecología se opone a la tecnología
“En ausencia de números, nos basamos en la estética, y eso nos pierde, porque viendo un paisaje de arrozales en terrazas no pensamos en el trabajo inhumano que representa: preparar la tierra, sembrar y cosechar en desnivel. Solo vemos un paisaje bonito e inferimos que quienes viven allí son felices”.

Romper con la percepción romántica de la pobreza es un ejercicio pendiente, sobre todo, en el hemisferio norte. Donde el autor ve falta de mecanización, en los países andinos y amazónicos vemos la continuidad cultural e histórica de civilizaciones con siglos de existencia.

Mientras la revolución verde impuso un sistema de monocultivos dependientes a los fertilizantes y pesticidas, la agroecología considera la recuperación y promoción de conocimientos ancestrales que cuidan el equilibrio natural. Las poblaciones originarias son herederas de altos conocimientos agrícolas e hidráulicos que producen sin sacrificar a los ecosistemas de montañas y bosques. Precisamente es la desvalorización y el desconocimiento de estas tecnologías lo que da paso a una visión extractivista que considera al “suelo” y al “agua” como recursos que hacen posible la máxima productividad, no para satisfacer el hambre en el mundo, sino para seguir enriqueciendo a un modelo agroalimentario extractivista, insostenible en un planeta con recursos limitados.

Mito número cuatro: “La agroecología ha triunfado, y eso hay que agradecérselo, al mostrar las contradicciones de un sistema alimentario demasiado dependiente de los combustibles fósiles, que son reales y graves, pero sin ofrecer en la práctica soluciones viables”.

¡Ojalá la agroecología triunfe algún día! Invitamos al autor a informarse de las posibilidades reales de la agroecología desde una perspectiva regenerativa, territorial y política. Probablemente, sea una perspectiva difícil de comprender en el norte global donde prima el productivismo y desarrollismo en base a la degradación constante de la naturaleza, pero confiamos en que la búsqueda de alternativas sistémicas les lleve a cuestionarse sus verdades paradigmáticas.

Estudios en Bolivia demuestran cómo en solo un año de campaña agrícola, por ejemplo, de tarwi o chocho (Lupinus mutabilis), se puede restaurar la fertilidad natural del suelo. Esto es viable, cuantificable y replicable. 

Un suelo sano no solo nutrirá adecuadamente a los cultivos, sino que contribuirá además con el almacenamiento del agua y la captura de carbono. Sin embargo, la siembra de leguminosas es solo una medida de urgencia. A mediano plazo, estas acciones deberían conjugarse con sistemas agroecológicos diversificados que se conviertan en modelos productivos sostenibles respaldados por políticas públicas.

El artículo publicado en El País, poco riguroso y pernicioso, confirma que existe una serie de mitos y falsas ideas sobre la agroecología que entorpecen las posibilidades de un cambio por un modelo agroalimentario mejor. El modelo actual es insostenible y está trayendo consecuencias ecológicas irreparables, como el 40% de suelos mundiales degradados según un reciente estudio de las Naciones Unidas.

Para implementar las prácticas agroecológicas a una escala global y cambiar el sistema actual aún se necesita fortalecer a las organizaciones de base campesina, comunitaria e indígenas; cambiar el enfoque de la academia respecto a las ciencias agrarias, e impulsar políticas públicas sólidas que respalden estas perspectivas. Las problemáticas sociales, ambientales, climáticas y políticas ya son lo suficientemente críticas como para que se difundan ataques fortuitos a la propuesta agroecológica. Los alarmantes pronósticos globales deberían, en su lugar, inspirar la suma de esfuerzos por otros modos de vida más sanos, más justos, y más conscientes de nuestra interdependencia con la naturaleza. 

Lamentamos que entidades de cooperación, multilaterales, medios de comunicación y políticas públicas diversas sigan promoviendo esta confusión.

Con la agroecología, otra agricultura es posible.